Blog de Mariangel Coghlan

Sólo llevamos 22 años…

El 27 de junio cumplimos 22 años de casados. Me hicieron una entrevista para el periódico y les puedo decir que agradecí mucho la oportunidad de rememorar nuestra historia y que las preguntas me ayudaron a valorar aún más lo que hemos construido en este tiempo juntos.

Gabriel y yo nos conocimos en octubre de 1995, yo tenía 25 y él 29 años.

En ese tiempo ya estaba recibida y, además de realizar mi trabajo profesional, yo era la presidenta del comité local del UNIV, un congreso universitario internacional que se lleva a cabo durante la Semana Santa en Roma, para el cual cada año se define un tema con el objetivo que los jóvenes participantes puedan estudiar, profundizar y proponer soluciones sobre un aspecto concreto de la sociedad actual. 

Como es común en este tipo de organizaciones estudiantiles, siempre faltan recursos para llevar a cabo las actividades. Entonces, pensé en la conveniencia de realizar un concierto para la recaudación de fondos. Quería hacerlo de música clásica y un amigo me contó de Gabriel, que acababa de regresar de su maestría en Carnegie Mellon University, Pittsburgh, con estudios en Toronto y en NY, y que seguramente nos ayudaría. Yo no dudé en pedirle su teléfono y buscarlo. Lo llamé y lo invité a participar.

Desde la primera vez que lo vi, y sobre todo que lo escuché hablar, me llamó la atención. Me impactó su trayectoria, su cultura, su forma de expresarse pero, sobre todo, sus sueños. Estaba frente a un idealista.

Nos hicimos novios el 20 de enero de 1996, dos días antes de que él cumpliera 30 años. Tuvimos un noviazgo muy divertido, en el que no faltaron las discusiones que supimos sortear. Al poco tiempo de profundizar en nuestras ideas y forma de pensar, supe que era el hombre de mi vida, por lo que, al año y medio de ser novios, estaba absolutamente segura de que me quería casar con él. 

En el verano de 1997 Gabriel estuvo de gira tres meses por Europa. Yo sabía que ya era hora de concretar la fecha de la boda. Sin embargo, él regresó y seguía hablando de muchos planes futuros, de más viajes, giras, conciertos, proyectos y yo no veía claro en dónde entraba yo. Por lo que un día después de un concierto, cenando en las crepas Cluny de avenida de la Paz, me armé de valor y le dije lo que pensaba. Tal cual, ¡le propuse que nos casaramos! Y gracias a Dios aceptó.

Tiempo después fuimos concretando los preparativos, hicimos la pedida, reservamos el lugar para la boda, encargué el vestido, armamos la luna de miel… y un día en que no me lo esperaba, un miércoles por la tarde, me llevó a Xochimilco. Estaba vació, a excepción por la trajinera a la que nos subimos, que estaba especialmente arreglada, con deliciosas botanas, carnes frías y champagne, luego llegaron unos músicos. De pronto nos bajamos a una chinampa y ahí, al atardecer, se hincó, me dio un hermoso anillo y me dijo que quería pasar el resto de su vida a mi lado. Luego hubo cohetes, que se reflejaban en el río. Fue una tarde de lo más romántica.

Nos casamos el 27 de junio de 1998 en la Ex-hacienda de San Juan Bautista en Puebla. Tuvimos una boda hermosa, llena de detalles. Verdaderamente la recuerdo como la mejor boda a la que he asistido.

Nos fuimos de luna de miel casi dos meses. Primero fuimos una semana a los Cabos, después volamos a Frankfurt, donde rentamos un coche y recorrimos el sur de Alemania hasta llegar a Suiza. De ahí nos fuimos en tren a Milán, después visitamos Cremona -la “meca” de los violines-, Venecia y Roma, una ciudad muy importante para los dos. De ahí volamos a Atenas, donde tomamos un crucero por las islas griegas. Sabíamos que queríamos ir a un destino que ninguno de los dos conociera, por eso escogimos Grecia; una visita muy especial y mágica fue conocer Meteora, escenario de antiguos conventos medievales trepados en escarpados montículos de piedra. De regreso, volamos a Nueva York, donde estuvimos cinco días de conciertos y shows, antes de volver a México.

En 22 años de casados he aprendido que lo que sueñas es posible si te esfuerzas por conseguirlo. Que el amor mueve montañas y que, definitivamente, es lo más valioso en la vida.

El valor, o más bien el don, que es pilar de nuestra vida es nuestra fe. Además, compartimos la idea de que diario hay que despertar “queriendo querer” a tu pareja; esto es, debe haber un acto consciente y voluntario de crecer diario en el amor y de esforzarse por sortear los retos.

Otros valores fundamentales en nuestro matrimonio han sido la honestidad entre nosotros, la confianza que nos tenemos, la pasión por la vida y el esforzarnos por hacer todo lo que esté en nuestras manos para ayudar a los demás.

Nos casamos con la idea de tener bebés lo antes posible. Creíamos que íbamos a regresar de la luna de miel ya con uno en camino. Sin embargo, uno planea y Dios dispone; pasaron siete años antes de que tuviéramos a nuestra primera hija. Fuimos varias veces a París y, con mucho pesar, descubrimos que los niños no vienen de ahí. 

Nuestro primer bebe lo perdimos y fue un golpe durísimo para los dos, de nuestros momentos más tristes juntos. Felizmente, poco después de ese doloroso suceso, llegó Mariola. Después perdimos otro bebe, igualmente devastador. Pero luego tuvimos a Isabela y, cuando menos lo esperábamos, llegaron Bosco y Andrés. Definitivamente, uno no escoge cuando crece la familia, cuando llega la vida… la vida lo elige a uno.

Tenemos muy claro que la responsabilidad de la familia es de los dos. Procuramos organizarnos de la forma más eficiente y cada uno aporta lo que mejor sabe hacer. Por ejemplo, Gabriel es el encargado de la educación musical de los niños. A veces la distribución de las actividades y la educación de los hijos es complicada porque los dos trabajamos, y ambos somos muy apasionados en lo que hacemos, por lo que tenemos que esforzarnos, ser equipo y distribuirnos las responsabilidades muy claramente para salir adelante como familia.

Lo que más admiro de Gabriel es su inteligencia, su capacidad analítica, su amor al conocimiento y la cultura, y su buen humor. Gabriel es un hombre honrado, estudioso, muy trabajador, sumamente apasionado y completamente comprometido a transformar el mundo en que vive. Para mí es un honor y un privilegio vivir la vida a su lado. Él siempre es fuente de inspiración.

Nos distingue como pareja lo apasionados que somos los dos, nuestro gusto por la belleza a través del arte, el amor que tenemos por y para nuestro país. Somos muy intensos y así vivimos sin aflojar, amamos viajar, conocer, estudiar, comer rico, disfrutar de conciertos y espectáculos, reunirnos con amigos, nos encantan las experiencias que nos enriquecen y que nos hacen crecer.

El mayor acierto en mi vida ha sido compartirla con él, pues Gabriel tiene la capacidad de sacar lo mejor de mí. Lo amo con todo mi corazón.

Les comparto las respuestas a las preguntas que le hicieron a Gabriel

¿Qué es lo que más admiras de Mariangel?

Admiro muchas cosas de ella. 

Como mamá, por un lado, derrocha amor por sus hijos, es “abrazona”, los acompaña, los mima, pero, al mismo tiempo, es exigente con ellos. De hecho, agradezco que sea exigente, “la exigente en casa”, pues si la exigencia recayera sólo en mí, definitivamente sería muy laxa la educación de nuestros hijos. 

La admiro como empresaria, por cómo maneja su firma, su equipo de trabajo, su imagen y promoción, y cómo trata y cómo logra crecer su cartera de clientes.

Admiro su ojo de diseñadora, la capacidad que tienen de imaginar espacios hermosos donde sólo hay paredes o columnas; la capacidad que tiene para potenciar todas las posibilidades que ofrecen los colores, sus matices y combinaciones; y admiro su ojo fotográfico, que logra abstraer la belleza en los lugares más inesperados. 

Finalmente, la admiro por aquella fuerza, motivación e inspiración que Mariangle ha sido, durante 22 años, para hacer de mí lo que ahora soy… 

¿Cómo supiste que era el amor de tu vida?

La primera vez que la vi, llevaba un elegante y discreto vestido azul con puntitos blancos. Estaba cruzando una puerta, como brincando o casi flotando, ligera, alegre y determinada. La miré detenidamente y me pregunté: “¿me casaría con ella? Sí… sí me casaría.”

No fue precisamente amor a primera vista, pero ese pequeño momento abrió la posibilidad de encontrar al amor de mi vida. Amor que, día a día, se confirma, se nutre y crece… 

 

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